Aquel sueño. Aquella esperanza. Aquel sentimiento. Aquella meta. Todos perfectos, todos inalcanzables.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Víctima de una traición

Mis queridos compañeros, estáis a punto de conocer la mayor desdicha de la que he sido partícipe en mi corta vida. Aún recuerdo las lágrimas que derramé, los martirios que sufrí. Recuerdo como la sangre manaba de su pecho sin control alguno. Aparté un mechón de pelo de mi rostro, y fue en ese preciso instante en el que comprendí las palabras que solía decirme mi dama de compañía. Cuando me dedicaba a romper las cabezas de las muñecas de trapo que tenía cuando era niña. "Señorita Shaily, si continua usted descuartizando muñecas llegará un momento en el que no le queden y se quedará usted sin diversión", me decía. Entonces yo la miraba, le sonreía malévolamente, y continuaba con mi tarea. Pero ahora comprendía su significado, once años después.Y es que mi infancia fue la época de mayor esplendor de mi vida. Era esa época en la que solo piensas en jugar, en lo que vas a jugar al día siguiente y al próximo. Pero esa época se había acabado para mí, ahora, con diecinueve años debía enfrentarme a los duros retos que esto supone. Y es que vivir en 1878 no es tarea fácil, y menos aún si se ha sido víctima de una traición tan grande como lo fui yo.

Os preguntaréis cuál fue la traición de la que fui víctima, pues bien, no pienso privaros de ese conocimiento.
Yo tan sólo tenía once años cuando le conocí. Por aquel entonces yo era una muchachita alegre y llena de vitalidad, muy distinta de como soy ahora.
Me encantaba salir a dibujar el inmenso jardín que teníamos. Siempre verde y floreciente. Así que mientras papá cazaba en el bosque, yo dibujaba pajarillos y flores. Fue una mañana de mayo como otra cualquiera. Bueno, a excepción de que aquella mañana nos visitarían los Cheesborn, los nuevos vecinos.
Según tenía entendido, la familia la formaban un niño y su padre. Nunca llegué a saber que fue de la madre. El caso es que esa tarde vinieron y el niño, Joseph, era un ser alegre y cautivador, aunque solo tuviese nueve escasos años. Por esa causa, acabó siendo un niño ejemplar a los ojos de papá, y a los míos, todo hay que decirlo. Así pues, nos criamos juntos prácticamente.
Como nosotros éramos una de las familias más adineradas de toda Irlanda, papá siempre nos estaba haciendo regalos a Joseph y a mí.
Hasta que un día, papá cayó gravemente enfermo. Como el padre de Joseph había fallecido dos años atrás, este había quedado bajo la tutela de mi padre, convirtiéndose en su favorito. Y eso fue algo que no soporté, dado que con los años me había convertido en un ser egoísta y superficial.

Cuando papá tenía ya un pie en la tumba, Joseph me pidió que me convirtiese en la señora Cheesborn, esto fue, nada más y nada menos, el pasado invierno. Dado que yo aún seguía bajo los encantos del muchacho, acepté sin rechistar. Ay dios mío, si pudiera viajar en el tiempo, ahora no me vería en la situación en la que me encuentro.
Yo estaba rebosante de alegría, y apenas me acordaba del favoritismo que sentía padre hacia Joseph. Así que tras aceptar la propuesta de matrimonio, corrí hacia su dormitorio.
-¡Padre! - exclamé abriendo de un golpe la puerta que me separaba del lecho de mi padre -Padre, no sabe usted la noti... - en ese momento miré el rostro del hombre que yacía en la cama, el rostro de mi padre. Estaba blanco, carente de toda expresión. la mirada se me ensombreció y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me acerqué a toda prisa a su lado y tomé su mano. Estaba helada y... y no tenía pulso. Las lágrimas comenzaron a derramarse libremente por mis mejillas sin que nada ni nadie se lo impidiesen. Comencé a darme la vuelta y ahí estaba él. Me abalancé sobre su cuello y enterré mi rostro en su hombro.
-¡Oh Joseph! ¡Ha muerto!- sollocé, entonces el muy cruel me separó de él y me dio una bofetada.
-Estúpida miserable, pues claro que esta muerto ¿qué pensabas? - me dijo fríamente. Una conclusión descabellada pero lógica paseó por mi mente.
-Tú, has sido tú, ¿verdad? - murmuré reteniendo las lágrimas. Entonces comprendí. No era favoritismo lo que había sentido papá hacia Joseph, sino que el segundo le había obligado a afirmar que no quería que yo irrumpiese en su dormitorio.
-No me has dejado despedirme - dije mientras me alejaba lentamente de él. Tropecé con una silla de la que cayó un papel. Lo observé con detenimiento. Era un testamento. A decir verdad, era el testamento de mi padre, y decía que legalmente todos su bienes pertenecían ahora a Joseph.

En un ataque de ira tanto hacia Joseph por haber asesinado al único padre que tenía, tanto hacia papá por haber confiado sus bienes en alguien tan miserable como Joseph, tanto hacia mí por haber confiado en todo el mundo, las consecuencias las pagó el primero. Busqué a tientas un objeto afilado, hasta que al fin di con un abrecartas y lo hundí con fuerza en el pecho de Joseph. No tuvo tiempo de reaccionar, ya que no se lo esperaba. Tan solo se derrumbó y dijo: "Se lo merecía". Y esas palabras han estado merodeando por mi mente desde entonces.
No pude asistir al funeral de mi padre, ya que habrían pensado que yo asesiné a ambos, que en cierto modo es verdad. Por esa causa, me vi obligada a escapar y esconderme en un pequeño pueblo a las afueras de París. Y aquí estoy ahora, contándoles mi historia a unos completos desconocidos de como llegué aquí.

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