Aquel sueño. Aquella esperanza. Aquel sentimiento. Aquella meta. Todos perfectos, todos inalcanzables.

martes, 30 de marzo de 2010

Visita al Infierno - El Diario de Montidia Pineda


23 – 5 - 2008

Querido diario:
Creo que te habrás quedado un poco sorprendido al ver que te escribe, una...una muerta. Aunque eso no es del todo cierto, ya lo entenderás.
Estos días veo a Frantzesco un tanto extraño, incómodo. Claro, el pobre no esta acostumbrado a tratar con una no viva. Pero la razón por la que te escribo no es para contarte el estado de ánimo de Frantzesco, sino porque he seguido recordando cosas; cosas horribles de mi pasado.
Recuerdo que tras haber sentido el fuerte impacto del automóvil sobre mí, mi visión se nubló. Y comencé a vagar por las sombras. Por unas sombras mucho más horribles de las que te imaginas. Cuando ví una luz, la luz de lo que podría significar la esperanza,
me aproximé a ella. De repente me absorbió, y vi pasar varios recuerdos de mi infancia. Recuerdo que mi padre llegaba por las noches borracho a casa, también recuerdo a mamá, llorando.Yo siempre me refugiaba en una esquina, tras la pared, para contemplar la horrible escena; luego me iba corriendo a mi cuarto y cerraba la puerta. Lloraba y lloraba, hasta que mamá entraba y me consolaba.
Al dia siguiente, papá no recordaba nada y le reprochaba a mamá. Le gritaba y la hacía sentir fatal.
Papá ya no era igual que antes; algo en él había cambiado para siempre. Cuando yo era pequeña, me llevaba todas las noches a contemplar las estrellas del gran cielo azul; me contaba unas historias preciosas sobre ellas, y yo me dormía en su regazo. Podíamos pasar noches enteras allí. Pero ambos sabíamos que no debíamos, ya que a nuestro regreso nos esperaba una furiosa madre para regañarnos.
Aquellos habían sido los momentos felices de mi vida, cuando aún éramos una familia.
Pero todo había cambiado, todo por una maldita persona a la que siempre odiaría. Esa persona era Helen McCoulgh. Helen y papá eran compañeros de trabajo, buenos compañeros de trabajo. A mí, personalmente, siempre me había caído muy bien, y también a mamá. ¡Incluso a Frantzesco! Pero una noche, una simple noche, todo cambió.
Se suponía que Helen y papá se iban a una cena de trabajo, pero claro, se suponía... Según llegó a mis oídos después, en realidad, lo que habían hecho había sido ir a beber a un bar llamado Drink our Drinks; simplemente a eso, a beber. Al llegar a casa, a eso de las tres de la madrugada, noté a papá un tanto extraño.
Estaba como ido. Fuí a darle un beso de buenas noches, ya que había esperado pacientemente a que llegara. Pero su reacción...su reacción me sorprendió enormemente. Estuvo a punto de golpearme; tuve suerte de que mamá estuviese cerca. No me lo creía. Aquel, aquel extraño no podía ser mi padre. Aquel no podía ser el hombre que me había dado la vida, junto con la mujer a la que se suponía que amaba. No me parecía normal que un hombre que amaba a su esposa, la golpease noche tras noche, sin descanso alguno.
Después de que todos esos horribles recuerdos golpeasen mi mente, volví a a la realidad.
Me encontraba en una gran sala blanca; deslumbraba y hacia daño a la vista, tanto que no podía ver mas allá de un metro o poco más. La sala era infinita, sin ventanas ni puertas. A pesar de eso, y mi jersey ya mencionado, hacía bastante frío. Una gran sombra que resaltaba apareció de repente en la estancia. Cuando se aproximó, pude observar que el ser que allí se encontraba frente a mí, llevaba una capa negra con una capucha que cubría totalmente su rostro. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Pero realmente me asusté cuando alzó la voz, una voz poderosa, altiva, que infundía un gran respeto.
-Creo que me debes algo... -dijo aquella voz.
-¿Como? - le pregunté confusa-. ¿Qué le debía yo a él, si ni siquiera le conocía?
-Lo que has oído, Montidia -dijo él cortante y a la vez desafiante. Comencé a temblar ligeramente.
-Supongo que te preguntarás cosas como...¿quién soy?, y...¿por qué no has muerto? Muy bien, la respuesta es más sencilla de lo que puedes imaginar. Soy Lucifer, o como otros me conocen, el ángel caído...

Me quedé estupefacta, ¿de veras estaba hablando con el mismo diablo?
-Y como sabrás, si no eres tan sumamente idiota como el resto de los mortales con los que habitas, soy un ángel caído del cielo. La mayoría de las historias escritas por los humanos se acercan bastante, pero ninguna llega a estar en lo cierto. Verás... - comenzó.

Me sentí como quien espera una larga charla de un abuelo. Solo que este abuelo era terrorífico.
-Tras la guerra que yo mismo hice eclosionar en el cielo, Dios, cabreado como nunca has visto a nadie, quiso que pagáramos las consecuencias, mi ejercito de ángeles rebeldes y yo. Por eso mismo nos desterró, y nos condenó a vivir en las sombras, en el submundo. Y yo me volví rencoroso. Pero, a lo que vamos querida; acabo de salvar tu insignificante vida, y Lucifer no hace nada sin recibir algo a cambio.
-Y...y, ¿qué es? - pregunté temerosa de conocer la respuesta. Ahora estaba en deuda con el mismísimo demonio, y no podía rechazar ninguna de sus peticiones.
-Siete años de tu vida, eso es lo único que te pido. Deberás retroceder siete años en el tiempo. Se borrarán todos esos recuerdos para siempre. No sólo olvidarás todos los recuerdos de tus últimos siete años, sino toda tu miserable vida. Si te niegas a ello, morirás en un chasquido de dedos; así que dime tú, ¿aceptas un pacto con el diablo?

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