Aquel sueño. Aquella esperanza. Aquel sentimiento. Aquella meta. Todos perfectos, todos inalcanzables.

lunes, 29 de marzo de 2010

Aaron Bentel, te amo. By Cathy.

La muchacha de moreno cabello llegó al hospital. Nunca le habían agradado estos sitios, eran lúgubres y tristes, carentes de emoción alguna. En ese lugar morían personas, el alma desaparecía de los cuerpos que quedaban inertes para ir a un sitio mejor, para ir a otro lugar, uno que la muchacha desconocía.
En recepción, un par de señoras, a las que no les quedarían más de diez años de vida, hicieron que la chica frenase su acelerada marcha, la marcha que le conduciría al lugar que más ansiaba y a la vez más temía llegar.
-Perdona, ¿adónde crees que vas? - preguntó una de las dos, la más menuda, le pareció distinguir a la muchacha, ya que las lágrimas empañaban su rostro de tal manera que impedian que pudiese ver más allá de dos metros.
-Ne...necesito ir a la habitación número 87... - murmuró la joven a duras penas, haciendo un gran esfuerzo en que la voz no se le quebrara al pronunciar la habitación de la persona a la que amaba.
-¿Y se puede saber para qué? - preguntó la anciana sin darse cuenta del dolor del que era víctima la joven.
-Necesito...necesito... ver a mi novio... - la anciana intentó hacer memoria de la persona que actualmente ocupaba aquella habitación, un muchacho de no más de diecisiete años. Fue en ese momento, cuando la capa de hielo de la mujer comenzó a derretirse, fue en ese momento cuando la mujer comprendió el dolor que sentía la joven. Pero también sabía las consecuencias que tendría permitirle el paso a la muchacha.
-Pasa – le dijo. -Pero por favor, intenta que no te vea nadie. - dicho esto, la joven no esperó más, pasó a toda velocidad junto a ella, sin ni siquiera darle las gracias. Eso no le importaba, en ese momento solo le importaban sus propios sentimientos, era algo egoísta, lo sabía, pero no lo sentía.
Al llegar a la habitación, el corazón se le paralizó. No soy capaz de hacerlo, pensó. Aún así, y sin saber de donde sacó las fuerzas, la chica avanzó a paso lento y tomó asiento en una silla vieja y polvorienta. Abrió su mochila y de ella sacó un papel, mejor dicho, una carta. Ni siquiera se molestó en comprobar si el muchacho dormía o no, le bastó con comprobar que su pecho subía y bajaba lenta y pesadamente.
La chica se aclaró la garganta y limpió las lágrimas de sus ojos.


Querido Aaron:
Te escribo esta carta sumida en la más amarga tristeza. Posiblemente nunca hallas visto mi rostro, dudo siquiera que sepas algo de mi existencia. Lo más probable es que hallas oído mi nombre alguna vez, como: La chica que nunca habla, o algo por el estilo, aunque mi nombre es Catherine.
Pero ahora, aquí sentada, quiero confesarte algo que he querido decirte siempre.
Recuerdo la primera vez que te vi, recuerdo de ese jersey tuyo azul. Entraste en clase, rodeado de un par de amigos; Peeta y Henrie, creo que se llamaban. Una chica con gafas cayó al suelo, tú y tus amigos reísteis de su descuido, y yo pensé que eras uno de esos chicos idiotas que solo piensan en lo que digan los demás, hasta que esa misma tarde, te ví pidiéndole disculpas a la muchacha. Fue entonces cuando me enamoré. Se puede decir que fue amor a primera vista, si, excepto que tú ni siquiera me conocías.
Las siguientes cuatro semanas me dediqué a observarte en secreto en clase, ya se que puede parecer algo morboso, pero supongo que es el comportamiento normal de alguien enamorado, ¿no?
Lo que yo sentía hacia tí era algo... algo indescriptible. No puedo expresarlo con palabras, no existen suficientes papeles en los que escribir lo que siento por tí, pero con las siguientes palabras, confío en que puedas hacerte una idea:
Para mí, tu olor es la fragancia más cara del mundo entero, pero tan solo existe un frasco, tu cuerpo.
Para mí, tu rostro es por el que todos los pintores matan por plasmar en el lienzo.
Tus ojos, puedo comenzar a mirar tus ojos, pero cuando empiezo, me pierdo en ellos de tal manera que no puedo salir.
En general eres tú Aaron, es todo tu ser, tanto por fuera como por dentro.
Eres el pájaro que se esconde en la noche, pero que por el día, despliegas las alas y das lo mejor de tí. Tu cariño y tu amabilidad hablan por tí. Intentas aparentar una cosa ante tus amigos, pero después siempre intentas enmendar tus errores, y eso te honra.
Ahora, te veo ahí, tumbado sobre una cama, enchufado a dios sabe cuantas máquinas y mil y un tubos atravesandote el cuerpo, y se me hace un nudo en la garganta, se me paraliza el corazón, pues la pena que me inunda no existía hasta que oí por los pasillos del instituto, que tú, Aaron Bentel, tenías cáncer de pulmón. Mi mundo se congeló, tan solo podía pensar en escribir una carta que mostrase mis sentimientos hacia tí y venir corriendo a verte. Llevo viniendo dos semanas, pero en ninguna de ellas me he atrevido a hablarte hasta esta, la tercera semana que llevas aquí. Así que ya lo sabes, te amo Aaron Bentel, te he amado, y te amaré siempre, y nada ni nadie podrá impedir eso.

Catherine



Las lágrimas habían ya comenzado a danzar libremente por las mejillas de la muchacha.
-Bueno Aaron, ahora ya lo sabes – susurró. Al no obtener respuesta, separó la carta de su vista para contemplar el cuerpo de su amado.
Se acercó con cuidado, creyendo que el muchacho estaría dormido y no habría escuchado su largo discurso. Sonrió. Acercó sus labios a la frente de Aaron y la besó, estaba fría, demasiado fría. No era normal, la temperatura del hospital sería de unos 25º. Atemorizada por la idea que acababa de pasear por su mente, y suplicando al cielo que no fuera cierta, la joven acercó su oreja al pecho de Aaron, no se oía nada. Serás estúpida, Catherine, mira las máquinas, pensó la chica.
Sin saber el por qué, no había oído el sonido que producía la máquina, un fuerte pitido, y en su pantalla tan solo se veía una línea recta, la línea que aparecía cuando a alguien no le llegaba la sangre al corazón, la línea que aparecía cuando la persona conectada a la máquina había muerto.
Las rodillas de Catherine se doblaron, incapaces de soportar el peso de la muchacha.
Su mirada se ensombreció, víctima de la tristeza que le inundaba al saber que había perdido a la persona que amaba antes siquiera de que lo supiera. Apoyó la cabeza contra la cama, dejando que la última de sus lágrima discurriera por su mejilla.
-Te quiero... - murmuró.

No hay comentarios:

Publicar un comentario