Aquel sueño. Aquella esperanza. Aquel sentimiento. Aquella meta. Todos perfectos, todos inalcanzables.

jueves, 29 de abril de 2010

De vuelta con los mundanos - El Diario de Montidia Pineda

19-6-08
Querido diario la historia de mi paso por lo que podríamos denominar infierno, finaliza ahí. Sí, es cierto que Mina aceptó el trato con Lucifer, y a mi pesar, no pude hacer nada para evitarlo.
Tras haber aceptado un pacto con el mismísimo diablo, con tan solo decir la simple palabra que es ''sí'', ya no hay vuelta a atrás. ¿A que tú no sabías eso? Pues bien, se puede decir que Mina no había leído la letra pequeña del contrato, y no conocía la segunda condición. Y es que, ¿quién dijo que el diablo era justo?
Yo, desde luego, no. Te preguntarás cual era la segunda condición, pues bien, no pienso privarte de ese amargo conocimiento. Ésta era que Mina se transformaría en una muñeca de porcelana, de esas que parecen diabólicas. La diferencia entre las que venden en las tiendas y ésta, es que ésta era diabólica de verdad.
En el mismo momento en el que Mina aceptó, pasó a ser una muñeca de porcelana ya no hubo vuelta a atrás. Lucifer me indicó que debía ir a un centro académico a las afueras de una pequeña región llamada Murcia, este centro no solían aceptar a gente tan ¿especial? como yo, pero Lucifer puede llegar a ser muy persuasivo, por lo que me aceptaron desde el momento en el que crucé aquellas metálicas puertas que daban paso a lo que pronto se convertiría en mi hogar.
Recuerdo que tras atravesar la puerta principal que daba lugar a la entrada vislumbré unos impecables sofás blancos que parecían invitarme a sentarme sobre ellos, por lo que cedí, y eso me dio tiempo para pensar en todos los cambios a los que había sometido mi vida, miré a Mina y solté un suspiro. Cómo podía ser en el lugar en el que, días atrás, había estado mi primer único mejor amigo, Frantzseco, ahora se hallaba una chica que decía ser mi amiga, la miré de nuevo y me pareció ver un pequeño destello rojizo en sus dilatadas pupilas. ¿Cómo había podido ser tan ruin abandonando a Frantzesco?, que siempre me fue fiel, y ahora, yo lo había dejado solo en el submundo. Pensé en lo triste y solo que debía sentirse allí abajo.
De repente dos alegres voces sonaron a mi espalda, mantenían una conversación sobre un tema que no pude distinguir. Me giré en redondo y contemplé a las dos muchachas que se hallaban ante mí, una de ellas era alta, de morenos, cortos y despeinados cabellos, sus ojos pardos me miraron fijamente y me dirigió una cálida sonrisa y pude distinguir lo que le decía a su compañera de larga y ondulada melena. Poco a poco se iban acercando y la distancia entre nosotras se iba acortando y cuando mi cerebro captó el mensaje de salir corriendo ya era demasiado tarde, las tenía frente a mí, agarré con fuerza a Mina.
-Hola, tú debes de ser la nueva, ¿no?- dijo la de cabellos despeinados.
-S...Sí...- respondí con miedo.
-Yo soy Laura y ésta es mi amiga Cristina- presentó la otra.
-¿Tú como te llamas?- volvió a hablar la que se hacía llamar Cristina.
-Montidia Pineda- respondí al instante, de repente todos mis temores había desaparecido, sentía cierta simpatía por aquellas dos chicas. Pero me pareció ver que miraban con extrañeza a Mina...

Monstruos de una muerta - (1º)

Todo cuanto a su lado se encontraba era escondido por una densa capa de oscuridad. El coche avanzaba a paso lento, y en cada momento parecía aprovechar para dar una sacudida, haciendo así que su pasajero se zarandease de un lado a otro. Tras algún que otro, o mejor dicho, tras bastantes de aquellas sacudidas, la silueta de una gran estructura se alzó imponente ante el pasajero. El coche frenó en seco, anunciando que no podía continuar pues el camino se hallaba infectado de enormes rocas.
Así, el anciano pasajero se vio obligado a abandonar el vehículo en el que había viajado.
Segundos después de haber puesto un pie sobre la tierra revuelta, se dio cuenta de que el taxi ya se había marchado. No le dio importancia.
Aquel hombre estaba acostumbrado al abandono, a que el mundo entero le diera la espalda. Estaba acostumbrado a la soledad y al silencio. Su familia, sus amigos, sus conocidos, todos. Nadie quería saber ya nada de él. ¿A quién puede interesarle un viejo como tú, Ezequiel?, se decía una y otra vez. Hasta que al final, él mismo llegó a creer que ni él mismo merecía su propio respeto. Había dejado de cuidarse, de lavarse, e incluso en ocasiones, de alimentarse. Toda una pena, murmuraba la gente entre cuchicheos, mirándole de reojo, pero ninguno dotado de la suficiente compasión para ayudar al viejo anciano.
Sin embargo, un día, Ezequiel había recibido una carta en la que se le otorgaba la Mansión Ramírez.
Y ahí estaba, frente a la imponente mansión. Era grande, demasiado grande para que el hogar lograra caldearla. Además, parecía ir envuelta en papel de regalo, si un montón de plantas muertas podían ser denominadas papel de regalo. A parte de con eso, la gran casa no podía ser descrita con nada más. Era simple, sencilla, e incluso aburrida. Pero aún así, Ezequiel no pudo evitar que un escalofrío recorriese su espalda al observar que aquella casa evocaba antiguos recuerdos. Escalofriantes y tenebrosos recuerdos por los que seguramente muchas personas pagarían por eliminar de sus mentes.
Ezequiel comenzó a andar, tropezando con rocas, pues era nada lo que se distinguía en aquella completa y agobiante oscuridad. Tropezó y tropezó, una y otra vez, haciendo así que por la palma de su mano discurriese un finísimo hilo de sangre. Y aún así, Ezequiel continuó con su marcha, hasta que al fin llegó al portal de la morada.
Atravesó la puerta con facilidad, pues el picaporte era lo único distinguible en aquel manto de oscuridad ya que lo caracterizaba un brillo blanquecino. Una vez dentro, un segundo escalofrío recorrió su cuerpo. Sí, en la casa reinaban el polvo y el desorden, pero, lo que en el fondo del pasillo se encontraba, era una joven de indescriptible belleza, sonriendo. Pero,sin embargo, Ezequiel no pudo distinguir el movimiento propio de su pecho al respirar...

jueves, 8 de abril de 2010

Montidia Pineda - Falsas Amistades


13 -06 - 08
Querido Diario:
¡Lo siento! Pero es que cuando fui a contarte como había acabado mi encuentro con Lucifer.
Bueno, el caso es que ahora sí lo recuerdo, y estoy dispuesta a continuar desvelándote mi pasado.
Recuerdo que tras hacerme tal petición, Lucifer me dio 24 horas para pensármelo, ya que comprendía que necesitaba un poco de tiempo. ¡Qué majo! ¿A qué si?
El caso es que yo necesitaba tomar un poco de aire fresco, aclarar mis ideas, que en ese momento, estaban hechas un lío.
Para mi gran sorpresa, vislumbré a una muchacha de rubios cabellos desde el lugar en el que me hallaba.
No sabía si acercarme a la muchacha o huir; la verdad es que allí no podía confiar en nadie, ya que me encontraba en lo que se podía llamar “el infierno”. Decidí caminar hacia la chica y, a medida que me iba acercando, pude ver sus facciones infantiles. Tenía una pequeña nariz, sus ojos eran azules como el mar y su sonrisa, bueno, ya hubiese querido yo ser la mitad de guapa que ella,...En fin, me fui acercando más y más. A mis oídos llegaba un susurro, una canción ''...al pasar la barca le dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero...'' Me pareció extraño, ya que aunque aparentaba unos quince años, su mirada, a pesar de sus preciosos ojos, se mantenía distante, sin mirar a ningún lugar en particular. Me decidí saludarla:
-Hola, le dije.
La chica seguía distante, como en otro mundo. Cuando me disponía a darme la vuelta y marcharme después de unos minutos de espera, la chica reaccionó:
-Hola, me llamo Willhemina Rosalie Annelise Barton, pero puedes llamarme Mina.
Lo que más me impactó de su apariencia fue que, sobre su cabeza y sus rizos dorados, se encontraba una corona, pero no de esas de plástico, no, ésta llevaba piedras preciosas. También llevaba unas peculiares zapatillas de conejos; a pesar de que ella era muy hermosa, sus atuendos estaban totalmente desgarrados y remendados con parches. Tras observarla más de cerca, distinguí una cicatriz en su mejilla izquierda. Continuó hablando:
-Soy la reina de este mundo, ¿ves mi corona?, ¿a que es preciosa?
Señaló su corona y me miró con una sonrisa de niña pequeña. Ya no tenía la mirada tan perdida, aunque estaba rara. Después de un rato hablando, me dijo que nos encontrábamos en el Laberinto de las Sombras, que es donde permaneces eternamente si no respondes al pacto, como le ocurrió a ella.

También me contó cómo había muerto. No es que yo le hubiese hecho una pregunta como esa, pero fue como si me hubiese leído el pensamiento; me lo contó. Todo había sucedido en una lluviosa noche. Estaba en un coche, y con ella, su padre y su madre. Ambos discutían, y ella, carente de toda idea sobre la importancia de llevar el cinturón, no se lo había puesto. El caso es que, por unas cosas u otras, su padre apartó la vista de su tarea, que era mirar a la carretera, y el coche derrapó hasta estrellarse contra un grueso árbol. Después de todo aquello, Mina tan sólo era capaz de recordar el momento en el que despertó en una gran sala blanca, como en la que me había despertado yo.
Mi nueva amiga Mina, que así era como le gustaba que la llamaran, y yo tuvimos una excelente idea; pediríamos a Lucifer si podría devolvernos a las dos a la vida.
Ambas caminamos de la mano por el amplio sendero que se extendía ante nosotras. Era terrorífico. En ambos lados del sendero, siempre había algo que nos intimidaba. Ojos rojos que ten seguían con la mirada, gritos desgarradores que te helaban la sangre. Tragué saliva. Al entrar de nuevo a la amplia sala blanca, nos encontramos con que todo había cambiado. En el centro, antes vacío, se veía ahora un gran trono negro, tan negro como el alma de la criatura que estaba sentada en él: el mismísimo diablo.
Avanzamos despacio, muy despacio, temiendo que con cada paso, aumentásemos el odio que ya albergaba en su interior por naturaleza.
Una vez frente a aquella aterradora figura, me incliné cuidadosamente, e insté a Mina a que me imitase.
-Lucifer... - dije con apenas un susurro inaudible. -Querríamos hablar con usted – dije.
Un temblor me recorría el cuerpo, mientras un fuerte frío lo azotaba a la vez.
-Bien...dime Montidia, ¿has pensado en mi oferta? - preguntó de manera impaciente. Excelente, había llegado la hora, pensé de una manera sarcástica.
-Verá, Willhelmina y yo, habíamos pensado... - la voz se me cortó. ¿Qué me pasaba
-¡Acaba la maldita frase, niña estúpida! -
Mis manos comenzaron a temblar como nunca antes lo habían hecho. ¿Acaso Lucifer cambiaba tan rápidamente de opinión?
-Habíamos pensado que tal vez pudiese devolvernos a ambas a la vida – dije con decisión.
Por un momento sentí que la fuerza había regresado a mí. Mi fuente de energía volvía a rebosar.Me levanté para luego mirarle directamente a los ojos.
-A Mina y a mí – le aclaré al ver la confusión en sus ojos.
-Entiendo, entiendo,... – respondió rascándose la barbilla.
-Podría ser..., con una condición. - le miré impaciente.
-¿Cuál es? - pregunté.
-Quiero a Frantzesco a cambio de Willhemina – dijo Lucifer con voz fría.
-Aceptamos – dijo una voz que ,para mi sorpresa, no era la mía. La voz era de Willhemina...

miércoles, 7 de abril de 2010

La amistad ~

¿Como definirlo? ¿Inmaduro? ¿Irresponsable? ¿Irracional?
No, nada de lo anterior. La amistad es algo que mucha gente no comprende, no valora, o simplemente, le es indiferente.

La amistad no es algo que el dinero pueda comprar, o que se pueda regalar. No, la amistad se consigue con el esfuerzo del día a día. A un amigo no le sirve una tarde de diversión, lo que al amigo le sirve y valora es el esfuerzo y el interés que el otro pone en él.

Un verdadero amigo es aquel que se preocupa por el otro.

Un verdadero amigo es el que te llama hasta mil veces si ve que no contestas a sus llamadas por temor a que algo halla podido pasarte.

Un verdadero amigo es el que intenta darte consejos aunque sean los peores del mundo.

Un verdadero amigo es aquel que siempre ve el lado positivo de tus problemas.

Un verdadero amigo es aquel que siempre estara alli, en lo bueno y en lo malo.


Porque la amistad es más potente que el amor, la fidelidad, la lealtad, ya que todos estos estan incluidos en ella.
¿Podría la amistad compararse con una mujer. La mujer necesita que se la quiera y se la valore, necesita que la refuercen todos los días, necesita saber que siempre tendrá alguien en quien confiar y en quien desplomar todas sus penas, alegrías, preocupaciones...

Sin embargo, aquel que desconoce el verdadero significado de la amistad, puede asimilarse a un ciego. Puede tocar y hacerse una idea de lo que hay a su alrededor, pero nunca llegará a saber y conocer como es a ciencia cierta este sentimiento.
En resumen, la amistad es aquel sentimiento que nos hace sentir queridos, valorados y protegidos.

Cristina Bravo ~ Soñadora en Busca de Sueños

viernes, 2 de abril de 2010

Una transformación diferente de Lucy (2º)

Y ahora nos centramos en el presente . Arthur y Lucy se hallan sentados uno frente a otro. El primero mira fijamente a la segunda, no aparta la mirada de su sensual cuerpo. Mientras, la segunda esconde su bello rostro en el cuerpo de su bebé.
-Bueno... ¿me lo vas a contar ya? - dice de pronto Arthur más impaciente que nunca.
Ante esa nota de impaciencia demostrada, Lucy comienza a temblar hasta tal punto en que se ve obligada a devolver a Joseph al canasto.
-Emm... si... - dice Lucy en un intento de calmarse. Aprieta las manos hasta convertirlas en puños. Al ver como tiembla su esposa, Arthur se levanta.
-Voy a abrir las cortinas para que entre calor – justo cuando éste tiene ya una mano en la gruesa cortina de terciopelo, Luscy se levanta sobresaltada.
-¡No!, dejalo, no es nada, sientese si quiere escuchar... - le dice la mujer a modo de orden. Automáticamente, Arthur toma asiento en el lugar que acaba de abandonar.
-Bien, ¿está seguro de querer saber toda la verdad? - le pregunta Lucy, aún no muy segura de lo que iba a hacer.
-Estoy absolutamente seguro – Lucy se frota las manos.
-Está bien, comencemos... - la muchacha mira hacia delante. Al principio, Arthur cree que le mira a él, pero más tarde comprende que su vista y sus pensamientos están mucho más lejos. Están en el pasado.

-Bueno, recuerdo muy bien ese día – Arthur la mira desconcertado, ella no se da cuenta – Fue exactamente el 8 de noviembre de 1900. Y era de noche. Yo había salido a comprar unos encajes de vestidos que necesitaba, mientras usted se quedaba aquí, en casa, cuidando de Joseph como el buen padre que es.
>> Al salir del local comenzó a diluviar como nunca antes habia diluviado en Londres. Me envolví en mi chal y, - calada hasta los huesos – avancé por las oscuras y silenciosas calles de nuestra amada ciudad, cuando escuché una voz. No era la voz como la que puede ser la de un mendigo. No, aquella voz era distinta. Sensual, me iba acercando a ella, era como un imán para mi. Entonces fue cuando supe de quien provenia aquella voz. De un hombre alto y larguirucho, pero a decir verdad, muy atractivo. Era Drácula, ¿lo recuerda?
Claro, quien podría olvidarlo – dice sin siquiera dejar responder a Arthur – Inconscientemente me acerqué a él. Era tan... tan... bueno, tan así. Recuerdo que me rodeó con los brazos mi cintura, y yo ni siquiera se lo impedí, ¿se imagina? Yo, que cuando me tocan el brazo pongo el grito en el cielo. El caso es que comenzó a susurrarme algo al oído, algo como que me estaba rodeando porque estaba helada. Y era cierto, bajo aquella lluvia era difícil no estarlo. Su cuerpo era mil veces más frío, pero no por eso me aparté. Él me beso dulcemente en los labios, una, dos, hasta tres veces. Era como si estuviera prisionera de un hechizo, uno del que no podia escapar por mucho por el que lo intentase. Sabía que no debia hacerlo, pero inexplicablemente, continuaba devolviendole cada uno de los besos que el depositaba en mis labios.
Arthur, no muy seguro de querer continuar escuchando como su mujer le engañaba con otro hombre al que ni siquiera conocía, se levanta de su asiento titubeante. Ahora, Lucy sí se percata de ello.
-Arthur, no por favor, ahora soy yo la que quiere que continue escuchando – le dice Lucy con una triste mirada. Arthur asiente levemente, pero no se sienta. Lucy lo toma como un permiso para continuar.
-Sentía como con cada beso, mi alma se iba quebrando, no como si me la extrajeran, no, sino porque sabia que usted jamás me perdonaria. El misterioso hombre que tenía pegado a mí me miró directamente a los ojos, y fue cuando supe que esa mirada no podia ser humana. Todo ese odio, ese rencor, no podian pertenecer a un humano. Intenté huir, pero él era mucho más veloz que yo. Me agarró con fuerza de ambas muñecas y aparto mi cabello de mi esbelto cuello.

Un escalofrio recorrió entonces mi cuerpo. El ser que tenía a mi lado abrió su sensual boca y mostró unos inmensos caninos que hicieron que mi cuerpo se convulsionara de manera frenética. Pocos segundos después, lo único que sentí fue el intenso y punzante dolor que se extendía por todo mi cuerpo. A continuación, contemplé una ensangrentada boca ocupando todo mi campo de visión. Lo peor era, que la sangre que había en aquella boca era... era... mi sangre. Continué con mis vanos intentos de huir, pero él era mucho más fuerte que yo y me sostuvo. Era como el ratón que intenta escapar de la boca de un gato, sabe que no lo logrará, pero aún así lo intenta.

El mordisco se repitió, esta vez, doblemente. Por cada vez que clavaba sus colmillos en mis venas, sentía como la sangre abandonada mi cuerpo, como mi cuerpo se iba vaciando poco a poco, debilitandome, pero a la vez, llenandome de fuerza aunque no de vitalidad. Y lo único que recuerdo después fue despertarme en el bosque, a pocas millas de aquí, con el cuerpo desnudo y ensangrentado. Vague medio muerta hasta aquí. A pesar de que claramente estaba debilitada, sentía como una nueva energía recorría mis venas.
Desde entonces, no he comido, no he salido a la luz del Sol, y no he dormido en una cama normal, porque Arthur, soy... soy un vampiro...

FIN

martes, 30 de marzo de 2010

Visita al Infierno - El Diario de Montidia Pineda


23 – 5 - 2008

Querido diario:
Creo que te habrás quedado un poco sorprendido al ver que te escribe, una...una muerta. Aunque eso no es del todo cierto, ya lo entenderás.
Estos días veo a Frantzesco un tanto extraño, incómodo. Claro, el pobre no esta acostumbrado a tratar con una no viva. Pero la razón por la que te escribo no es para contarte el estado de ánimo de Frantzesco, sino porque he seguido recordando cosas; cosas horribles de mi pasado.
Recuerdo que tras haber sentido el fuerte impacto del automóvil sobre mí, mi visión se nubló. Y comencé a vagar por las sombras. Por unas sombras mucho más horribles de las que te imaginas. Cuando ví una luz, la luz de lo que podría significar la esperanza,
me aproximé a ella. De repente me absorbió, y vi pasar varios recuerdos de mi infancia. Recuerdo que mi padre llegaba por las noches borracho a casa, también recuerdo a mamá, llorando.Yo siempre me refugiaba en una esquina, tras la pared, para contemplar la horrible escena; luego me iba corriendo a mi cuarto y cerraba la puerta. Lloraba y lloraba, hasta que mamá entraba y me consolaba.
Al dia siguiente, papá no recordaba nada y le reprochaba a mamá. Le gritaba y la hacía sentir fatal.
Papá ya no era igual que antes; algo en él había cambiado para siempre. Cuando yo era pequeña, me llevaba todas las noches a contemplar las estrellas del gran cielo azul; me contaba unas historias preciosas sobre ellas, y yo me dormía en su regazo. Podíamos pasar noches enteras allí. Pero ambos sabíamos que no debíamos, ya que a nuestro regreso nos esperaba una furiosa madre para regañarnos.
Aquellos habían sido los momentos felices de mi vida, cuando aún éramos una familia.
Pero todo había cambiado, todo por una maldita persona a la que siempre odiaría. Esa persona era Helen McCoulgh. Helen y papá eran compañeros de trabajo, buenos compañeros de trabajo. A mí, personalmente, siempre me había caído muy bien, y también a mamá. ¡Incluso a Frantzesco! Pero una noche, una simple noche, todo cambió.
Se suponía que Helen y papá se iban a una cena de trabajo, pero claro, se suponía... Según llegó a mis oídos después, en realidad, lo que habían hecho había sido ir a beber a un bar llamado Drink our Drinks; simplemente a eso, a beber. Al llegar a casa, a eso de las tres de la madrugada, noté a papá un tanto extraño.
Estaba como ido. Fuí a darle un beso de buenas noches, ya que había esperado pacientemente a que llegara. Pero su reacción...su reacción me sorprendió enormemente. Estuvo a punto de golpearme; tuve suerte de que mamá estuviese cerca. No me lo creía. Aquel, aquel extraño no podía ser mi padre. Aquel no podía ser el hombre que me había dado la vida, junto con la mujer a la que se suponía que amaba. No me parecía normal que un hombre que amaba a su esposa, la golpease noche tras noche, sin descanso alguno.
Después de que todos esos horribles recuerdos golpeasen mi mente, volví a a la realidad.
Me encontraba en una gran sala blanca; deslumbraba y hacia daño a la vista, tanto que no podía ver mas allá de un metro o poco más. La sala era infinita, sin ventanas ni puertas. A pesar de eso, y mi jersey ya mencionado, hacía bastante frío. Una gran sombra que resaltaba apareció de repente en la estancia. Cuando se aproximó, pude observar que el ser que allí se encontraba frente a mí, llevaba una capa negra con una capucha que cubría totalmente su rostro. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Pero realmente me asusté cuando alzó la voz, una voz poderosa, altiva, que infundía un gran respeto.
-Creo que me debes algo... -dijo aquella voz.
-¿Como? - le pregunté confusa-. ¿Qué le debía yo a él, si ni siquiera le conocía?
-Lo que has oído, Montidia -dijo él cortante y a la vez desafiante. Comencé a temblar ligeramente.
-Supongo que te preguntarás cosas como...¿quién soy?, y...¿por qué no has muerto? Muy bien, la respuesta es más sencilla de lo que puedes imaginar. Soy Lucifer, o como otros me conocen, el ángel caído...

Me quedé estupefacta, ¿de veras estaba hablando con el mismo diablo?
-Y como sabrás, si no eres tan sumamente idiota como el resto de los mortales con los que habitas, soy un ángel caído del cielo. La mayoría de las historias escritas por los humanos se acercan bastante, pero ninguna llega a estar en lo cierto. Verás... - comenzó.

Me sentí como quien espera una larga charla de un abuelo. Solo que este abuelo era terrorífico.
-Tras la guerra que yo mismo hice eclosionar en el cielo, Dios, cabreado como nunca has visto a nadie, quiso que pagáramos las consecuencias, mi ejercito de ángeles rebeldes y yo. Por eso mismo nos desterró, y nos condenó a vivir en las sombras, en el submundo. Y yo me volví rencoroso. Pero, a lo que vamos querida; acabo de salvar tu insignificante vida, y Lucifer no hace nada sin recibir algo a cambio.
-Y...y, ¿qué es? - pregunté temerosa de conocer la respuesta. Ahora estaba en deuda con el mismísimo demonio, y no podía rechazar ninguna de sus peticiones.
-Siete años de tu vida, eso es lo único que te pido. Deberás retroceder siete años en el tiempo. Se borrarán todos esos recuerdos para siempre. No sólo olvidarás todos los recuerdos de tus últimos siete años, sino toda tu miserable vida. Si te niegas a ello, morirás en un chasquido de dedos; así que dime tú, ¿aceptas un pacto con el diablo?

lunes, 29 de marzo de 2010

Aaron Bentel, te amo. By Cathy.

La muchacha de moreno cabello llegó al hospital. Nunca le habían agradado estos sitios, eran lúgubres y tristes, carentes de emoción alguna. En ese lugar morían personas, el alma desaparecía de los cuerpos que quedaban inertes para ir a un sitio mejor, para ir a otro lugar, uno que la muchacha desconocía.
En recepción, un par de señoras, a las que no les quedarían más de diez años de vida, hicieron que la chica frenase su acelerada marcha, la marcha que le conduciría al lugar que más ansiaba y a la vez más temía llegar.
-Perdona, ¿adónde crees que vas? - preguntó una de las dos, la más menuda, le pareció distinguir a la muchacha, ya que las lágrimas empañaban su rostro de tal manera que impedian que pudiese ver más allá de dos metros.
-Ne...necesito ir a la habitación número 87... - murmuró la joven a duras penas, haciendo un gran esfuerzo en que la voz no se le quebrara al pronunciar la habitación de la persona a la que amaba.
-¿Y se puede saber para qué? - preguntó la anciana sin darse cuenta del dolor del que era víctima la joven.
-Necesito...necesito... ver a mi novio... - la anciana intentó hacer memoria de la persona que actualmente ocupaba aquella habitación, un muchacho de no más de diecisiete años. Fue en ese momento, cuando la capa de hielo de la mujer comenzó a derretirse, fue en ese momento cuando la mujer comprendió el dolor que sentía la joven. Pero también sabía las consecuencias que tendría permitirle el paso a la muchacha.
-Pasa – le dijo. -Pero por favor, intenta que no te vea nadie. - dicho esto, la joven no esperó más, pasó a toda velocidad junto a ella, sin ni siquiera darle las gracias. Eso no le importaba, en ese momento solo le importaban sus propios sentimientos, era algo egoísta, lo sabía, pero no lo sentía.
Al llegar a la habitación, el corazón se le paralizó. No soy capaz de hacerlo, pensó. Aún así, y sin saber de donde sacó las fuerzas, la chica avanzó a paso lento y tomó asiento en una silla vieja y polvorienta. Abrió su mochila y de ella sacó un papel, mejor dicho, una carta. Ni siquiera se molestó en comprobar si el muchacho dormía o no, le bastó con comprobar que su pecho subía y bajaba lenta y pesadamente.
La chica se aclaró la garganta y limpió las lágrimas de sus ojos.


Querido Aaron:
Te escribo esta carta sumida en la más amarga tristeza. Posiblemente nunca hallas visto mi rostro, dudo siquiera que sepas algo de mi existencia. Lo más probable es que hallas oído mi nombre alguna vez, como: La chica que nunca habla, o algo por el estilo, aunque mi nombre es Catherine.
Pero ahora, aquí sentada, quiero confesarte algo que he querido decirte siempre.
Recuerdo la primera vez que te vi, recuerdo de ese jersey tuyo azul. Entraste en clase, rodeado de un par de amigos; Peeta y Henrie, creo que se llamaban. Una chica con gafas cayó al suelo, tú y tus amigos reísteis de su descuido, y yo pensé que eras uno de esos chicos idiotas que solo piensan en lo que digan los demás, hasta que esa misma tarde, te ví pidiéndole disculpas a la muchacha. Fue entonces cuando me enamoré. Se puede decir que fue amor a primera vista, si, excepto que tú ni siquiera me conocías.
Las siguientes cuatro semanas me dediqué a observarte en secreto en clase, ya se que puede parecer algo morboso, pero supongo que es el comportamiento normal de alguien enamorado, ¿no?
Lo que yo sentía hacia tí era algo... algo indescriptible. No puedo expresarlo con palabras, no existen suficientes papeles en los que escribir lo que siento por tí, pero con las siguientes palabras, confío en que puedas hacerte una idea:
Para mí, tu olor es la fragancia más cara del mundo entero, pero tan solo existe un frasco, tu cuerpo.
Para mí, tu rostro es por el que todos los pintores matan por plasmar en el lienzo.
Tus ojos, puedo comenzar a mirar tus ojos, pero cuando empiezo, me pierdo en ellos de tal manera que no puedo salir.
En general eres tú Aaron, es todo tu ser, tanto por fuera como por dentro.
Eres el pájaro que se esconde en la noche, pero que por el día, despliegas las alas y das lo mejor de tí. Tu cariño y tu amabilidad hablan por tí. Intentas aparentar una cosa ante tus amigos, pero después siempre intentas enmendar tus errores, y eso te honra.
Ahora, te veo ahí, tumbado sobre una cama, enchufado a dios sabe cuantas máquinas y mil y un tubos atravesandote el cuerpo, y se me hace un nudo en la garganta, se me paraliza el corazón, pues la pena que me inunda no existía hasta que oí por los pasillos del instituto, que tú, Aaron Bentel, tenías cáncer de pulmón. Mi mundo se congeló, tan solo podía pensar en escribir una carta que mostrase mis sentimientos hacia tí y venir corriendo a verte. Llevo viniendo dos semanas, pero en ninguna de ellas me he atrevido a hablarte hasta esta, la tercera semana que llevas aquí. Así que ya lo sabes, te amo Aaron Bentel, te he amado, y te amaré siempre, y nada ni nadie podrá impedir eso.

Catherine



Las lágrimas habían ya comenzado a danzar libremente por las mejillas de la muchacha.
-Bueno Aaron, ahora ya lo sabes – susurró. Al no obtener respuesta, separó la carta de su vista para contemplar el cuerpo de su amado.
Se acercó con cuidado, creyendo que el muchacho estaría dormido y no habría escuchado su largo discurso. Sonrió. Acercó sus labios a la frente de Aaron y la besó, estaba fría, demasiado fría. No era normal, la temperatura del hospital sería de unos 25º. Atemorizada por la idea que acababa de pasear por su mente, y suplicando al cielo que no fuera cierta, la joven acercó su oreja al pecho de Aaron, no se oía nada. Serás estúpida, Catherine, mira las máquinas, pensó la chica.
Sin saber el por qué, no había oído el sonido que producía la máquina, un fuerte pitido, y en su pantalla tan solo se veía una línea recta, la línea que aparecía cuando a alguien no le llegaba la sangre al corazón, la línea que aparecía cuando la persona conectada a la máquina había muerto.
Las rodillas de Catherine se doblaron, incapaces de soportar el peso de la muchacha.
Su mirada se ensombreció, víctima de la tristeza que le inundaba al saber que había perdido a la persona que amaba antes siquiera de que lo supiera. Apoyó la cabeza contra la cama, dejando que la última de sus lágrima discurriera por su mejilla.
-Te quiero... - murmuró.